El uso de las nuevas tecnologías en el espacio público supone la oportunidad para generar estrategias participativas que fomenten las relaciones humanas y con el entorno, acorde a la sociedad actual.

Los rótulos publicitarios en “Times Square” fueron quizá las primeras manifestaciones a escala urbana de la utilización de las nuevas tecnologías en el espacio público. En Europa la Av. Pigalle de Paris con el famoso “Moulin Rouge” y los cabarets nocturnos iluminados por cientos de bombillas de colores  generaban en los años 50 una experiencia sensorial nocturna desconocida antes por los ciudadanos. Ambas dos, al servicio de la publicidad y el consumo. La manifestación urbana de la sociedad capitalista, “la sociedad del espectáculo”, se manifiesta a través de las pantallas de decenas de metros cuadrados de superficie, de luminosidad muy elevada, con imágenes en movimiento elevado, generando un nuevo paisaje urbano nocturno.

No solamente cambian las condiciones espaciales, económicas y sociales de la sociedad, sino también la manera en que el espacio público es percibido. Como dice Benjamin, “dentro de largos períodos históricos, junto con el modo de existencia de los colectivos humanos, se transforma también la manera de su percepción sensorial. El modo en que se organiza la percepción humana – el medio en que ella tiene lugar – está condicionado no solo de manera natural, sino también histórica”[1].

Uno de los primeros testimonios sobre la percepción de la ciudad moderna como individuo inmerso en la muchedumbre de la gran urbe, los encontramos en la obra de Baudelaire. Para Benjamin las experiencias personales de la ciudad moderna descritas en la obra de Baudelaire constituyen una experiencia original, que «guarda como encerrados en su seno ciertos gérmenes que prometen un desarrollo ulterior»[2]. Esta obra se verá revestida de una significación totalmente nueva a partir de una época en que un lector, o mejor, una generación de lectores se apercibieran de su virtud clave.

» El viejo París no existe más (la forma de una ciudad

Cambia más rápido !ay! que el corazón de un mortal).»[3]

Baudelaire encarna la figura del flanêur, interpretado por Benjamin como transeúnte solitario, al que la sociedad moderna ya no le permite la vida contemplativa y de ocio que quedaban legitimadas en la sociedad feudal por su vinculación al poder o a la divinidad. La multitud innombrable de los transeúntes de la ciudad constituye el velo en movimiento a través del cual el flanêur ve la ciudad. “Las placas deslumbrantes y esmaltadas de los comercios son para él un adorno de pared tan bueno y mejor que para el burgués una pintura al óleo en el salón. Los muros son el pupitre en el que apoya su cuadernillo de notas. Sus bibliotecas son los kioscos de periódicos, y las terrazas de los cafés balcones desde los que, hecho su trabajo contempla su negocio.”[4] El flaneur, dice Benjamin, es una prefiguración del ciudadano de nuestros días, cotidianamente apurado por las novedades de los diarios y de la televisión, y expuesto a una sucesión de shocks que alcanzan los cimientos de su propia existencia. Aquí se establece cierta relación con análisis de Freud, en los mecanismos irracionales de descarte de imágenes del cerebro, para su “supervivencia”. Citando el análisis de De los Rios: “Podría afirmarse que la experiencia de la ciudad moderna es esencialmente la experiencia del shock (la recepción de la distracción). Para Benjamin, el problema central de su aparición en la vida moderna es que con él la experiencia se empobrece. Para explicar este fenómeno, Benjamin recurre al Freud de Más allá del principio del placer, donde afirma que la conciencia debe proteger al organismo, previniendo la retención de los estímulos e impidiendo su impresión en la memoria. Susan Buck-Morss, especialista en la obra de Benjamin, señala que la respuesta al estímulo sin pensar (es decir, sin imprimir el estímulo en la memoria) se hace necesario para la supervivencia en el contexto moderno (1998). Buck-Morss se refiere a este fenómeno como a uno de carácter anestésico: el habitante de la ciudad moderna debe anestesiarse para sobrevivir en un contexto de estímulo permanente (luces, ruido, tráfico, etc.)”[5]

Para comprender los efectos de las nuevas tecnologías sobre el individuo y el espacio físico ya no necesitamos trabajar con modelos teóricos sobre que supondría el mundo bajo la influencia de la arquitectura reactiva y la informática ubicua, porque lo experimentamos en la vida privada, en el trabajo, en el arte y el diseño. Se puede ver como se moldean no solo la forma en que las cosas se hacen, sino también la concepción de nosotros mismos, nuestros espacios y nuestras sociedades.

Las nuevas tecnologías propias del espacio virtual se han incorporado al espacio público, y lo siguen haciendo, dando lugar a lo que podríamos llamar espacios híbridos[6]. Asumimos la proliferación de las nuevas tecnologías en el espacio y en nuestra percepción, de momento al servicio de la vigilancia (disfrazada de seguridad), y del capitalismo (disfrazado de publicidad y ocio), generando espacios híbridos.

Como antecedente conceptual de los espacios híbridos, desde el punto de vista de generador de interacción y participación, encontramos el primer referente en el Fun Palace (Fig.1) de Cedric Price. Fue el primero que concibió que los edificios ya nos son representaciones y contenedores que separan lo público de lo privado. Imaginó una arquitectura capaz de relacionar espacio y flujos urbanos, para convertirse en un medio para el desarrollo urbano, “La Universidad de las Calles”

Fig.1: Fun Palace, Cedric Price, 1961

El uso de las nuevas tecnologías y la telemática en el espacio público nos acerca a alguno de los conceptos visionarios de Archigram, como la ciudad que se mueve, que habla, mutante. Los espacios de la ciudad pueden recibir datos y responder a ellos con estímulos sensoriales para los ciudadanos, mediante luz y sonido. Pueden responder a estímulos atmosféricos, o provenientes de la red, o mapear el cuerpo de los ciudadanos para generar información que se traslada en el espacio arquitectónico.

Nuestra noción del espacio ha sido siempre, como máximo, una áspera aproximación al mundo que vivimos, pero se está convirtiendo cada vez más en una función de redes, sistemas superpuestos, conjuntos de modelos de datos y acciones cibernéticas. Esto presenta a los artistas, diseñadores y arquitectos un desafío: cómo conceptualizar el espacio, nuestro espacio, y nuestras relaciones físicas en el camino de de ayudar a conseguir los beneficios potenciales. ¿Como hacer nuestras vidas mejores? Richard Sennett[7] establece unos principios para el diseño de espacios de calidad para la vida:

– Privilegiar el espacio sobre el movimiento. Las personas se identifican con el espacio cuando éste es no-familiar o extraño, cuando requiere interpretación, no cuándo resulta familiar. El tipo de entorno que fomenta que las personas se impliquen contiene un alto grado de indeterminación. En lugar de que sus funciones se presenten claramente y con un solo límite, los espacios urbanos deben tener la capacidad de cambio, gracias a la presencia de las personas que lo habitan. Se deben desmaterializar los límites entre público y privado, entre exterior e interior, para que la persona interprete el espacio, se comprometa con él, que se mueva en su interior en lugar de a través de él.

– Un espacio urbano vivo debe romper con el principio del «repertorio de imágenes», introduciendo la diversidad, en un sentido «específico». El espacio focaliza sus tensiones en una sociedad, en lugar de aislar las personas entre sí. Habrá que hacer hincapié en la disonancia como un valor urbano, la variedad de usos y personas destinatarias en el espacio es importante.

– El desafío más importante para el trabajo sobre los espacios públicos en la ciudad actual es realizar el diseño teniendo en cuenta las sensaciones corporales. Casi todo el pensamiento sobre el valor de las comunidades otorga mayor valor al centro que a los límites entre comunidades. Sin embargo, la interactividad entre ellas se produce en sus límites. Hemos de centrarnos en estos límites como escenas de vida. El beneficio de enfrentarnos a nuestras dificultades supone una conciencia corporal más rica de nuestro entorno, y de nosotros mismos.

Por su parte, Carolina Lipavski[8] nos habla de la necesidad de recurrir a estrategias de lo efímero, actuar en la ciudad como espacio de transformación constante.

En este aspecto encontramos la referencia principal y pionera en la Internacional Situacionista, fundada en 1957 por intelectuales que pertenecían a diversas organizaciones culturales, para los que la ciudad es el espacio para la representación, y la arquitectura el medio para la transformación. «La arquitectura es el modo más sencillo de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de hacer sonar. No se trata tan solo de articulaciones y modulaciones plásticas, expresiones de una belleza pasajera, sino de una modulación influyente, que se incluye en el eterno arco de los deseos humanos y el progreso en el cumplimiento de los mismos. La arquitectura del futuro será un medio de modificar las concepciones actuales de tiempo y espacio. Será un medio de conocimiento y un medio de acción«[9].

Según Debord, el programa situacionista es «meramente transitorio. Nuestras situaciones efímeras, sin futuro, tránsitos. La permanencia del arte no entra en nuestras consideraciones, que son serias». Los situacionistas centraran su trabajo en las derivas por la ciudad, a modo del flaneur de Baudelaire, en los happenings, y las performances urbanas, a modo de momentos de ruptura, revoluciones en la vida cotidiana individual. El trabajo nocturno mediante la luz artificial, transforma la percepción de la arquitectura y la ciudad, Trabaja con un no-material que por tanto demuestra su carácter efímero, y a su vez introduce una pequeña revolución urbana que modifica el mecánico deambular del flaneur. El concepto de espacio público como interfaz, que analiza Diego Díaz en su tesis, concuerda con las teorías y acciones de la internacional situacionista, al considerar la ciudad como el escenario donde se produce la relación y la comunicación entre el espectador/ciudadano y el producto artístico. Por ello la creación de dispositivos interactivos de iluminación en el espacio público se podría analizar bajo las bases de la internacional Situacionista.

Según Henri Lefebvre, «las intervenciones válidas se traducirían, a nivel de la vida cotidiana, en un mejor reparto de sus elementos y sus instantes en los «momentos», de modo que intensifiquen el rendimiento vital de la cotidianidad, su capacidad de comunicación, de información, y también y ante todo de goce de la vida natural y social. La teoría de los momentos no se sitúa pues al margen de la cotidianidad, sino que se articularía con ella, uniéndose a la crítica para introducir en esta aquello que le falta. Tendería así a superar en el seno de lo cotidiano, y en una nueva forma de placer particular unida a la totalidad – los viejas oposiciones entre lo ligero y lo pesado, entre lo serio y lo informal». Aquí nos da un criterio muy importante a la hora de intervenir en el espacio público mediante luz artificial: no debemos generar dispositivos que compitan o anulen el funcionamiento y las características lumínicas de lo existente.

Desde un autor con fuerte experiencia práctica nos llega la reflexión de Rem Koolhas, a propósito de su intervención en la prisión panóptica de Koepel: “Los cambios en el régimen y la ideología son más poderosos que la arquitectura más radical – una conclusión, al mismo tiempo, alarmante y tranquilizadora para el arquitecto.”[10] El poder condicionante  de la arquitectura -las barreras, límites y funcionamientos que impone con su morfología- es menor que la conciencia e ideologías de una colectividad. Lo natural puede frente a lo artificial. Esto inquieta al ego del creador que pierde el control que pensaba tener sobre el comportamiento, pero al mismo tiempo  alivia la conciencia de la imperfección de sus creaciones, siempre susceptibles de ser apropiadas por la sociedad.

Los patrones establecidos por el creador de los dispositivos tecnológicos pueden ser utilizados de una manera diferente a la prevista por los usuarios, y eso depende del grado de indeterminación de la intervención, que a su vez condiciona el grado de participación. En este sentido, McLuhan hace una distinción entre medios calientes (hot media), y medios fríos (cool media). Los medios calientes son aquellos de alta definición, repletos de datos, como por ejemplo la fotografía. Los medios fríos son de baja definición, hay menos datos y por tanto mayor indefinición que da pie a la interpretación, por ejemplo una caricatura. Los medios calientes son bajos en participación y los medios fríos son altos en participación o aporte de la audiencia.

Según Jonah Cohen-Brucker, «Los avances tecnológicos se suceden cada día, pero cómo se usan y cambian los patrones de usuario esperados desde la visión inicial de su creador, es la verdadera innovación»[11]. La complejidad y la incertidumbre son características inherentes de la posmodernidad, que a su vez caracterizan la percepción y el futuro de la ciudad contemporánea. La “ciudad del deseo”[12] de Jordi Borja no es ideal, sino “la ciudad que se quiere, reclama, mezcla de conocimiento cotidiano y misterio, de seguridades y de encuentros, de libertades probables y de transgresiones posibles, de privacidad y de inmersión en lo colectivo”.

Las nuevas tecnologías nos ofrecen una realidad aumentada en cuanto a la visualización de datos en el espacio público, que no puede ser más que positiva. Según Kochnar-Lindgren «Tal vez con la ayuda de lo tecnológico que, amplifica la percepción para una respuesta más reflexiva, podremos aprender mejor como atender a todos los asuntos de la existencia humana que se ven amenazados por el casi silencioso ruido de la turbulencia de la computerizada red en la que nos encontramos ahora al inicio del milenio»[13]

La presencia de las nuevas tecnologías en la ciudad actual está totalmente integrada en la vida diaria y en la percepción, tanto individual como colectiva. La interacción entre el ciudadano y el entorno (físico o digital), o entre ciudadanos se facilita con la integración de dispositivos tecnológicos en el espacio público, convirtiéndolo en un interfaz de comunicación generador de información. Las intervenciones en el espacio público no deben estar cerradas, deben permitir la interpretación y el uso de diversas maneras, ahí está el éxito de la pieza, en el equilibrio entre la calidad de contenido y su grado de indeterminación.


[1] Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (Ítaca, 2003).

[2] Walter Benjamin, “notas sobre los cuadros parisinos de Baudelaire,” (Pontigny, 1939).

[3] Charles Baudelaire, Poesía

[4] Walter Benjamin, “notas sobre los cuadros
parisinos de baudelaire,” (Pontigny, 1939).

[5] Valeria De los Ríos, “Desde la ciudad nerviosa: La ciudad mediada de Enrique Vila-Matas,” bifurcaciones, revista de estudios culturales urbanos, 2008, [En linea], [consulta: 1/11/2009].Documento htm en http://www.bifurcaciones.cl/008/DelosRios.htm.

[6] Diego Díaz, “De la plaza al chat: Análisis de las transformaciones del espacio público desde la práctica artística neomedial..”

[7] Sennett, “The Powers of the Eye.”

[8] Carolina Lipavski, “Bocetos para el confort urbano.” [En linea], [consulta: 1/02/2010].Documento htm en http://www.iua.upf.es/~clipavsky/pfm/teorico.htm

[9] Gilles Ivain, Internacional situacionista, vol. 1: La realización del arte. (Madrid: Literatura Gris, 1999)

[10] Rem Koolhas, “Project for the renovation of a Panopticon Prison,” en CTRL (Space) Rhetorics of Surveillance fron Bentham to Big Brother (Cambridge, Massachusetts: The MIT Press, 1989).

[11] Pieza artística del artista: Alerting Infrastructure! es un registro físico de impactos que transforma las entradas a la web de una organización en daño físico real en el interior del edificio que dicha web u organización representan. La obra aspira a hacernos conscientes de que, poco a poco, el espacio físico pierde terreno frente al virtual. La proporción de daño estructural en el edificio guarda relación directa con el grado de exposición y atención logrado por la web, con el consiguiente riesgo físico a la existencia temporal de la estructura física.

[12] Jordi Borja, “La ciudad del deseo,” Quaderns d´arquitectura i urbanisme, 2002.

[13] Gray Kochnar-Lindgren citado en: Carolina Lipavski, “Bocetos para el confort urbano,” [En linea], [consulta: 1/02/2010].Documento htm en http://www.iua.upf.es/~clipavsky/pfm/teorico.htm.